domingo, 20 de enero de 2013

PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO Capítulo IV

CAPÍTULO IV

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Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.

Puede que con el tiempo el periodismo libre su última batalla y acabe siendo vencido por los bárbaros, transmutándose en una profesión de usar y tirar y por lo tanto perfectamente prescindible. Temo que vaya a ocurrir semejante hecatombe incluso intuyo que existen ciertas probabilidades de que tal hecho se produzca a corto plazo. Lo cabal sería que el director que se encuentre al frente de una desprestigiada publicación, corrigiera errores. Si por el contrario enfatiza las múltiples querencias que imperan hoy en día en la prensa escrita, el descalabro está servido. La constante frivolidad informativa, el tenaz rastreo inconsecuente a la busca y captura de argumentaciones literarias con la que confeccionar un artículo más o menos fascinante pero rara o escasamente verificado, la publicación de una noticia-desmadre carente incluso de bases legales para ser publicada – todo ello - reúne los suficientes argumentos para provocar el fin de un medio.
Los dirigentes y responsables de los distintos medios de comunicación deberían ser expertos profesionales y no simples directivos de empresa. De lo contrario creo que el periodismo tal y como lo conocemos hoy en día, acabará por desaparecer de la faz de la tierra engullido por su propia voracidad y la incompetencia profesional. Cierto que hoy en día el ser periodista y desenvolverse como tal significa estar inmerso en un mundo de locos. Ejercer dicha profesión conlleva la acción de escribir para una publicación efímera que a su vez devora la propia noticia a la puesta de sol del mismo día en que nace, lo que no deja de ser un acto canibalesco. El periodista-escritor o viceversa se convierte a diario en depredador de su propia obra.
El escritor sin embargo es un agricultor de las palabras que ha sembrado. Aguarda pacientemente a que germinen en una tierra pisoteada por íncubos orlados con falsas vitolas y prebendas adquiridas a golpe de talonario o reconocido amiguismo. Lo más probable será que la siembra del anónimo escritor-agricultor de palabras sea destrozada por el pedrisco comercial y de marketing que azota estos tiempos, preñados de consumidores adoradores de marcas y de nombres publicitariamente consagrados.  

Desde las profundidades del averno el ser humano no abdica. Se revela contra su destino en un combate desigual contra fuerzas superiores. Ese al menos ha sido mi cometido desde que tengo uso de razón. Y continúa siéndolo.
Me encuentro situado en el epicentro del infierno informativo, sentado frente a uno de los innumerables íncubos que florecen cual flores entre el estiércol. Estoy de mierda hasta las cejas pero todavía no me revuelco en ella a pesar que tito Milio me lo está poniendo fácil.
-Magnífico José Luís, magnífico – sonríe exultante, releyendo mi artículo – Es justo lo que yo quiero para la revista aunque en su conjunto, quizá has confeccionado un texto excesivamente técnico ¿No te parece?
-Cuando planifico un argumento intento que su interpretación sea accesible a toda clase de lectores – puntualizo – Si lo que deseamos es atacar a la vez que nos defendemos, sería conveniente que todos los que compran Hábleme se dieran cuenta de que aquí trabajamos con un mínimo de calidad literaria.
-¡No me vengas con hostias, coño y déjate de literaturas! – vocifera – A ver si te enteras de una puñetera vez: Mi revista la compra la gente de clase media y baja, que son los más. A la gente culta y a los de muy arriba les pueden dar mucho por el culo. A esos ni agua ¿Estamos?
En valores absolutos la dictadura y la desvergüenza característica de un autócrata, es tanto mayor cuanto más grande es su mala conciencia y mala leche como dirigente. Tito Milio es el máximo exponente de la autocracia y hediondez profesional tanto en el sector periodístico como en el de la abogacía.
El mentecato barbudo me ruge al oído consignas editoriales de nuevo cuño mientras intenta convencerse a sí mismo de la proyección internacional que en breve y según afirma, tendrá la revista Hábleme.
-Por si no lo sabes, dentro de un mes esta publicación se venderá en Estados Unidos para que todas las putas negras y blancas de habla hispana puedan cotillear en la vida de las putifamosas españolas – aúlla, recorriendo el despacho a enormes zancadas – Y para esa labor como tú comprenderás no necesito contratar a un erudito en literatura, así que menos hostias y cíñete a mi patrón de trabajo. Lenguaje vulgar para gentuza vulgar. Eso es todo.

Uno tiene que haber caído muy bajo o estar herido en lo más hondo, para descubrir la fuerza que le ayudará a remontarse. En mi caso, el ímpetu necesario para el remonte me lo otorga el propio enemigo al que me enfrento. Al igual que en una corrida de toros, aprovecharé el impulso del cornúpeta para hacer una buena faena. Quizá con un poco de suerte logre cortar orejas pero me consta que será una labor ardua, complicada y sobre todo peligrosa.
El morlaco carece de casta aunque sé de buena fuente que se ha echado a los lomos a más de un buen espada empitonándolo a traición. Permanezco en silencio esperando a que el tito se desbrave por completo. El bicho ha irrumpido por la puerta de toriles rezumando baba por la boca pero ha salido suelto, coceando y a su aire sin derrotar en tablas, lo que me da entender que me las tendré que ver con un manso resabiado que dicho sea de paso son los más peligrosos y difíciles de lidiar.
En la primera suerte le ofrezco el capote y entra al trapo.
-No te preocupes que escribiré como tú quieras – le tranquilizo – Es más; necesito que me asesores sobre el particular ya que como sabes hace muchos años que no trabajo para una publicación y no estoy al corriente de los entresijos editoriales. Estando a tu lado espero aprender algo al respecto.
Fijo al toro. Tito Milio se ha detenido en su deambular por el amplio albero de su despacho contemplándome con suficiente sonrisa. Se aposenta majestuoso en su trono presidencial forrado de negra piel.
-Así me gusta hombre, así me gusta, que me entiendas a la primera. ¿Tomamos ahora una copa?
Una de dos: o soy un lidiador nato o el peligroso rumiante que tengo delante se ha convertido de repente en un cabestro robaperas incapaz de intuir el momento en que le están haciendo la cama. Me inclino por lo segundo, puesto que entre mis hábitos y costumbres no figura dominar el arte de Cúchares ni la técnica del peloteo.
-Sin hielo, por favor.
Clara se inclina ante mí mientras me sirve un Chivas, descubriendo ante mis ojos el principio y el fin de su seno. Se encuentra en pie frente a mí envolviéndome fijamente con su mirada, dando la espalda al Tito que continúa sentado en su poltrona disertando en un monólogo alucinante sobre sus proyectos editoriales con ribetes de gloria made in USA.
Mientras vierte la bebida los labios de Clara se juntan, se comprimen y su boca se abre lentamente lanzándome un inaudible a la vez que excitante beso.
Somos cómplices. Una pareja de lobos famélicos insumisos a la jefatura del lobo dominante o quizá mejor, a la caza de un cabestro con ínfulas de toro bravo.
La loba sale del despacho marcando el linóleo con sus tacones de aguja, tensando la musculatura de sus poderosas piernas al compás de una oscilación de caderas característica de la loba hispana en celo. Su rastro a Chanel 5 se olfatea en el ambiente y por un momento me aturde, despistándome de mi labor de brega.
-Perdona ¿Qué decías?
No se le puede perder la cara a un manso. Tito Milio escarba con sus dedos-pezuña sobre la mesa del despacho aprestándose a una nueva embestida.
-Me jode que cuando hablo no se me preste la debida atención.
-Dispensa, pero estaba pensando en... – intento disculparme.
-¡En el culo de Clara! – me interrumpe, riéndose como un cretino.
-¡No por favor, no es eso! – miento, sin saber qué justificación ofrecer por la pecadora mirada con la cual he seguido a la loba rebelde en su retirada.
-Por si no lo sabes te diré que esa hembra ya tiene un macho que la cubre – me indica en tono grosero y confidencial – Es la mujer de Jesús del Rosal el subdirector de la revista, tu jefe más próximo, vamos. Aunque cubrir, lo que se dice cubrirla, nada de nada.
Estalla en una brutal carcajada. Es un perfecto imbécil.
-No ha sido mi intención...
-¡Nada hombre, nada! Tú tranquilo, que Clara es muy complaciente con sus compañeros de trabajo – rebuzna, soltando un bufido que quiere parecerse a un nuevo carcajeo – Ya lo irás comprobando a medida que tengáis más roce.
La última palabra la pronuncia en voz baja, relamiéndose los labios e intentando escrutar mis reacciones con sus ojillos porcinos de mal nacido.
-¿Te quieres follar a esa tía? – me espeta de repente – Yo te puedo echar una mano si tú deseas trajinártela. Te advierto que en la cama es una leona y lo digo con conocimiento de causa. A su marido no le importa que se la follen. Es impotente y un cornudo consentido.
Por la comisura de sus labios fluye un hilo de saliva que se le entremezcla en la barba. El tito jadea con una respiración entrecortada a la par que sus ojos describen trazos elípticos sin fijación concreta. De pronto se queda como alelado, sobándose la entrepierna. 
-Oye José Luís, por cierto, ¿tú utilizas Viagra?



He tomado el autobús de regreso a casa, sumido en un total desconcierto.
A lo largo de toda mi vida he tenido la oportunidad de conocer a todo tipo de personas con diferentes registros y cataduras, pero el descubrimiento del último espécimen ha desbordado mis actuales conocimientos con relación al origen de las especies, según nos indica la teoría evolutiva de Darwin.
No existe un patrón concreto de trabajo al que pueda ceñirme para investigar a un individuo anárquico y cambiante en sus reacciones como lo es el barbudo elemento con el que me acabo de entrevistar. Alucino. Ese tío es un majadero, sin duda. Un manso peligroso que lanza derrotes a su libre albedrío creyéndose el amo del cotarro.
Creo que tito Milio está tan loco como su revista. Es un tarado mental con permiso para ejercer de mamporrero en dos profesiones dignas como lo son la abogacía y el periodismo. En ambos sectores ya se ha cobrado innumerables víctimas a lo largo de los años de su arbitrario y demencial reinado, sin embargo parece estar revestido por un halo invisible de satánica protección. Hace tiempo ya se libró de un intento de asesinato instigado por su propia esposa y a pesar de las amenazas de muerte recibidas y provocadas por el contenido difamatorio de Hábleme, continúa en la brecha del escándalo y de la provocación sin que nadie haga algo por evitarlo.
Lo cierto es que – según parece –  tito Milio posee patente de corso para efectuar incursiones en vidas y haciendas y exceptuando a la familia Real, se ha introducido en multitud de alcobas para obtener información aireando a posteriori, cómo y con quién se lo montan los políticos y los famosos. El comentario generalizado apunta que tiene múltiples agarraderas en círculos oficiales gracias a sus contactos con altas jerarquías con mucha mierda que ocultar de sus vidas privadas.
-Será mejor que te desentiendas de él – me aconseja Marina, sirviendo la sopa de cocido – Ese tío no es trigo limpio y el trabajo no te conviene. Cualquier día os pueden meter una bomba en la redacción.
-Necesitamos el dinero, niña. No puedo perder ese trabajo.
-Ya te saldrá otra cosa, digo yo.
-¿A mis años? ¡Vamos, no me fastidies!
Tras la comida intento dormir la siesta pero no consigo hilvanar el sueño. La blusa y la minifalda de Clara se precipitan sobre mi cama esparciendo su contenido entre las sábanas. Sus pechos son firmes y los sonrosados pezones, turgentes y juguetones. Están vivos, se agitan sobre mi cuerpo en una frenética y lejana danza que me obliga a salir en su persecución para no perderlos de vista.
Necesito atraparlos, preciso asirme a su carne y beber de ellos para que su savia me proporcione la fuerza necesaria que necesito para continuar combatiendo en las trincheras que el ser humano ha cavado en un planeta ocupado por sátiros, íncubos y fantasmales espectros que se agolpan frente a mí, impidiéndome la succión e intentando arrebatarme la fuente de la vida.
Lucho por mi existencia anónima, vacía, aunque inexcusable.
Desearía abandonar la lucha, escapar de tanto combate inútil y carente de sentido pero no puedo desertar, no debo, no me dejan. Pertenezco a una raza de grises esclavos prisioneros de un bello planeta azul que les obliga a servirle hasta la extenuación y por lo tanto, mi vida deberá ser vivida hasta sus últimas consecuencias aunque vivir no signifique precisamente sobrevivir malamente cual es mi caso. Vivir es reír perpetuamente como un niño, amar infinitamente como un adolescente y pensar eternamente con la sabiduría de un anciano. Vivir significa escribir todo lo vivido y hacerlo con la libertad que otorga el entender que no seré yo, si no la muerte la que ponga el punto y final en la última página de mi vida. Pensando así, la existencia es más llevadera puesto que mi vida es admisible ante la convicción del sueño eterno.
Me despierto asustado, empapado en sudor e instintivamente palpo las revueltas sábanas buscando algo que sé no voy a encontrar en ellas. El cuerpo de Clara se ha esfumado al igual que mis sueños, disueltos en la nada.
Retorno a la realidad más aplastante. En mi alucinación no he logrado sorber ni una sola gota del néctar de la vida. Sigo siendo el gris esclavo carente de fuerzas para continuar en combate y sin embargo debo permanecer en mi puesto.
Tras mi sueño, desmenuzo y saboreo una frase del ilustre padre de Fausto.
“Mi campo – dice Goehte – es el tiempo”.
Existen millones de Faustos sobre una tierra donde florece la Vida pero disponen de breve lapso de tiempo para labrar sus campos. Hay muchos Faustos que no han disfrutado el placer de ver germinar el fruto de su esfuerzo y otros tantos que ni siquiera podrán paladear el sabor de la cosecha. Partirán de este mundo con las manos encallecidas y rotas por el esfuerzo, pero vacías. Quizá su bagaje consista en experiencias vividas y soledades compartidas, pero es un hecho irrefutable que la partida final la ganará el tiempo, no el hombre.
Como dice Fausto en su monólogo “No me figuro saber cosa alguna razonable, ni tampoco imagino poder enseñar algo capaz de mejorar y convertir a los hombres”.  Algo semejante pasa por mi cabeza de gris esclavo, Fausto clónico de aquel otro que vendió su alma al diablo. En mi caso no preciso de excusa para entablar negociaciones con un representante del Maligno en la tierra; ya he establecido contacto con su barbudo delegado de prensa y según parece, seré un digno redactor para sus fines.
Retornando a Fausto y a su monólogo comparto con él que “Por otra parte, carezco de bienes y caudal, lo mismo que de honores y grandezas mundanas, de suerte que ni un perro quisiera por más tiempo soportar semejante vida”. Cierto es. Mi vida ha dejado de ser soportable e incluso la vida de mi fiel perro ha sufrido un vuelco. Años atrás correteaba alegre y libremente por los campos oteando la mies, olfateando la perdiz y ciscándose donde le venía en gana, cosa imposible en las actuales circunstancias dada mi condición de prisionero ciudadano sin posibles para comprar la libertad y refugiarme a campo abierto.
Perro y amo tienen ahora el semblante torvo, la mirada agreste y el ánimo esquivo. De vez en cuando, ambos se miran en silencio hablándose con los ojos del alma recordando finiquitados tiempos e intentando aspirar lejanas e incorpóreas fragancias de romeros en flor.

Una taza de café da al traste con mis divagaciones acerca de Fausto y las circunstancias adversas que le empujaron a tomar decisiones irrevocables en un principio, pero redentoras al final mediante la intervención divina. Eso según la versión de Goehte, está claro.
No es mi caso a pesar que he tomado la determinación de tirar por un sendero que se abre a caballo entre dos abismos. Mí ánimo no se encuentra predispuesto en el momento presente a contrastar diferencias entre el bien y el mal. Mi cuerpo es el encargado de empujar a mi ánimo y mi cuerpo necesita comer de vez en cuando. Así de fácil.
No existen opciones a la hora de plantearse la supervivencia del cuerpo.
El alma no come pan ni cotiza a la hacienda pública, pero yo como individuo me veo obligado a ello a pesar de mi ascetismo y mi absentismo en ambas acciones.
Por lo tanto y a pesar de mis escrúpulos de conciencia, pactaré con el mismo diablo si hace falta con tal de seguir royendo un hueso en el fondo de mi pestilente trinchera. Es un contrasentido pero me aferro a la vida con la misma ansiedad que aguardo a que la muerte ponga un poco de orden en mi tránsito por este enloquecido planeta, que a su vez será engullido el día menos pensado hasta el fondo de los abismos siderales.
El hombre y la Tierra tienen marcado idéntico fin: La extinción anónima.

La soledad del ser desciende como una losa sobre mi persona y mis sentimientos, produciéndome una sensación de extraña flotabilidad a la vez que desfallecimiento aunque mi abatimiento personal considero que no es más que un sufrimiento meramente individual. Las lágrimas que he vertido y vierto a lo largo de mi vida, tenían y tienen el mismo sabor de las lágrimas de cualquier ser humano. Cuando me llegue la hora, la misma muerte será un acto de extinción anónima en el Universo y aunque las circunstancias de ella sean particularmente dramáticas, mi cadáver después de todo, no destacará de ningún otro.
El hombre y la Tierra son perfectamente prescindibles en el Espacio.


 Decía Valle Inclán que “El periodismo avillana el estilo literario”, afirmación que no impugno aunque lo cierto es que en mi descargo debo admitir que uno vive de vender las intimidades del otro, del marujeo y de las noticias de la prensa vaginal. Y eso es de villanos o así me lo parece. Con estos mimbres no pueden confeccionarse adecuados textos con los que tejer artículos con un mínimo de calidad periodística.
La villanía literaria campa a pleno pulmón en la redacción de   Hábleme. Es como un virus que se contagia a la mínima de cambio. El desmán informativo impera entre los redactores de la oficina siniestra, mientras se cruzan apuestas entre ellos mismos para adivinar cuál será el artículo más cutre que se publicará en la próxima edición.
Clara me pasa un cigarrillo encendido.
-Te invito a comer, papi.
-¿Y eso?
-Me apetece comer contigo a solas.
-Pero tu marido...
Jesús del Rosal está encerrado en su despacho rodeado de montones de folios y carpetas que forman una especie de parapeto sobre su mesa. Tiene la mirada ausente y perdida de los vencidos. Se atrinchera tras cientos de documentos intentando ocultar sus cuernos y también su vergüenza, pero a pesar del camuflaje no deja de ser un cadáver en descomposición que se resiste a ser enterrado.
Clara mira hacia el despacho del subdirector con evidente desprecio.
-Que se joda, él se lo ha buscado. No le soporto por más tiempo.
-Pero estáis casados ¿No?
-Compartimos piso, que no es lo mismo. Cuestión económica y de conveniencia.  
Hoy es viernes, día de cierre. La redacción bulle, enloquece en medio de un maremagno de voces destempladas provocadas por las prisas y el desconcierto por acelerar la entrega de los últimos artículos para ultimar el cierre de la edición.
Un total desmadre impera entre las mesas y las personas. Raquel está consternada puesto que su artículo semanal ha sido rechazado en el último minuto. A la famosa de turno vilipendiada y masacrada por la becaria a través de su artículo, le ha dado por unirse repentinamente al clan de tito Milio y poner de vuelta y media a una putifamosa televisiva. Total, que el vilipendio tiene que ser permutado en panegírico y ensalzamiento de virtudes de la zorra de turno.
Raquel, la que un día quiso convertirse en intrépida reportera gime desconsoladamente buscando una solución inmediata para el problema de transmutación literaria que se le plantea. La metamorfosis de texto no es lo suyo.
-Échame una mano, papi. Yo sabré recompensarte – me suplica llorosa.
Cinco minutos después, Raquel corre hacia el despacho del subdirector con dos folios impregnados de alabanzas dirigidas a la meretriz anteriormente denigrada. La becaria sale del despacho con una sonrisa de oreja a oreja sacudiéndose su pelirroja melena. Me mira insistentemente entornando sus ojos azul celeste.
-¿Cuándo nos lo montamos, tío?
-¿Cómo dices?
-¡Qué cuándo me vas a echar un polvo, joder!
-Piérdete, niña. Date una vuelta por ahí, anda.
Raquel me observa desconcertada. Posiblemente sea la primera vez que alguien rechaza su cuerpo y sus favores otorgados a cambio de algún servicio de índole laboral. Para ella debe ser lo más normal el abrirse de piernas y pagar la ayuda con una sesión de sexo. No lo acaba de entender. Insiste.
-Oye papi, que yo sé agradecer un favor. Por otra parte me gustaría montármelo contigo. Nunca me he tirado a un tío mayor si exceptuamos a tito Milio, claro, aunque él no ha conseguido metérmela puesto que no se le empina. Se conforma con sobarme las tetas, comerme el conejo y con que le haga un francés.
Me encuentro azorado, avergonzado como pudiera estarlo un adolescente en su primera conversación con la prostituta que le ofrece sus servicios de cama.
Raquel intuye mi desbarajuste mental y vuelve a la carga.
-Oye papi, que estoy limpia de SIDA y de toda esa mierda de venéreas ¿eh?
-No es por eso, nena – me disculpo – Es que hoy no estoy para fiestas.
-Pues lo dejamos para otro día. ¿Vale?
-Vale, pero olvídalo. Y no me llames papi.
A pesar que la mesa de Clara se encuentra a diez metros de la mía, la pantera dominante no ha dejado de atisbar su territorio. Felinamente se dirige hacia mi posición lanzando miradas asesinas hacia la sonriente Raquel, que continúa sentada sobre el borde de mi mesa de trabajo con los muslos al aire.
Clara se planta ante Raquel fulminándola con la mirada. La increpa con dureza largándole un zarpazo.
-¿Has acabado de putear por hoy, niña?
-¡Ay hija, cómo te pones! ¡Mira quién fue a hablar!
-Lárgate a tu mesa inmediatamente. ¡Ya! Desaparece de mi vista, pendón.
La pantera está exacerbada. El incitante busto de Clara fluctúa rítmicamente arriba y abajo en un jadeo a todas luces excitante para mi vista. Sin querer, me vienen a la memoria los sonrosados pezones que no llegué a succionar en el transcurso de mi sueño pero que ahora se adivinan abultados y punzantes bajo una blusa transparente.
-¿Te has quedado mudo, papi?
-¡No me llames papi, coño! Tengo un nombre, ¿no?
-Me gusta llamarte así, corazón.
-Pues ya vale.

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