jueves, 27 de diciembre de 2012

PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO Capítulo III

CAPÍTULO III

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..


Amanece. El pasar a limpio algunos de mis recuerdos viajeros ha sido como un bálsamo, pero me ha servido de bien poco. No he conseguido limpiar el detritus acumulado en los primeros artículos que he escrito para un nuevo espacio destinado a satisfacer a los amantes del chismorreo patrio. Y sin embargo me consta que en la redacción de Hábleme les encantará contar con mi estilo barrio bajero y soez.
Desconecto el ordenador e intento hacer lo propio con mi mente pero me es imposible lograrlo. La claridad del nuevo día irrumpe en la habitación convertida en un apestoso antro tabaquero. Abro las ventanas dejando que el aire fresco del amanecer purifique el ambiente y también mis sentidos.
Marina ha preparado café y me ofrece una humeante taza. 
-Mírate en el espejo. Harás bien en darte una ducha y dormir unas horas.
Me observo ante la luna del cuarto de baño, viendo ante mí a un desconocido. Nada queda de aquel hombre que un buen día decidió convertirse en escritor intentando volcar en sus textos toda su vocación literaria. Los sueños de integridad profesional se han esfumado en el vacío. Ahora floto en un desierto páramo rodeado de podredumbre editorial en la cual estoy deseando revolcarme para poder comer caliente cada día.
Los cerdos cuando tienen hambre acostumbran a hocicar entre la mierda. Los buitres acuden prestos al olor de la carroña. No han pasado ni cinco días desde mi descomposición, cuando el teléfono despierta de su letargo notificándome una cita con el director de Hábleme. La montaña rusa se ha puesto en marcha y debo subirme a uno de sus vagones. El viaje es gratis y puede que incluso esté bien remunerado.
-Te felicito, José Luís. Debo manifestarte que tanto tu carta de presentación como los artículos que has enviado a la redacción, me han impresionado favorablemente. Tienes un buen estilo y eres mordaz.
Tito Milio me tutea abiertamente mientras me observa a través de una mirada fría e inexpresiva que escudriña mi semblante, intentando captar cualquier indicio o gesto de debilidad por mi parte.
Reconozco ese tipo de observaciones a primera vista. Cuando las alimañas avistan una posible presa, acostumbran a desarrollar un baile en torno a ella esperando el momento más oportuno para hurgar en sus entrañas. No importa si la víctima conserva todavía un hálito de vida. La devoran estando viva.
España siempre fue un país productor de aves rapaces y mamíferos carroñeros y sigue siéndolo. A lo largo y ancho de nuestra península se hallan dispersos y expuestos al sol multitud de semi cadáveres putrefactos. Las calles de nuestras ciudades rebosan de mujeres y hombres dispuestos a todo con tal de sobrevivir un día más. Son cadáveres serviciales, adecuados para el festín de los carroñeros más poderosos.
-¿Te apetece una copa?
A las diez de la mañana mi cuerpo no está para libaciones alcohólicas. Declino amablemente la invitación. Quizá un café.
Hace su aparición en el despacho una secretaria dotada de amplias caderas que mueve acompasadamente, con oficio, sabedora de su poderío. Por un escote de vértigo asoman – más bien se precipitan al vacío – sus prepotentes mamas, altivas, empecinadas y rotundas, como pidiendo guerra.
-¿Azúcar?
-Dos terrones, gracias.
La secretaria abandona el despacho intentando sitiarme con una estudiada mirada y otra no menos provocativa sonrisa. Sus caderas se alejan marcando el paso en un vaivén horizontal izquierda-derecha, excesivo a todas luces. El mareante contoneo desaparece tras la puerta. La taza de café desprende un sutil aroma a Chanel 5 de Coco Chanel.
-Es Clara, una de mis secretarias. Muy eficaz, por cierto.
La redacción de Hábleme se encuentra saturada de mujeres poseedoras de incitantes andares y provocativo gesto. Uno tiene la sensación de encontrase en el interior de un moderno serrallo, a punto de iniciarse la selección de favoritas para el turno de encame con el sultán.
Tito Milio me guiña un ojo exhibiendo por primera vez en su rostro lo que yo interpreto por una cómplice sonrisa. Se sabe importante, solicitado y famoso. Sus escándalos periodísticos y televisivos lo han aupado al primer puesto de la desvergüenza informativa, valiéndose de portadas inmundas con artículos repugnantes y editoriales calenturientas. Es la vergüenza nacional respecto a la llamada “prensa del corazón”. El resto de publicaciones se han puesto de acuerdo para crear un vacío en torno a él y su revista con el propósito de finiquitar su reinado de desmadre periodístico.
-Mucha envidia es lo que hay – apunta tito Milio – Ya va siendo hora de iniciar un contraataque editorial contra toda esa chusma, ¿no te parece?
-Creo que el mejor ataque sería iniciar una defensa coherente relacionada con la Libertad de Expresión – me atrevo a insinuar.
-Exacto. Y tú sabrías cómo desarrollar el tema, supongo. 
-Por supuesto – afirmo categórico – Es más; dado el estado de desprestigio de la revista se la debería reflotar mediante artículos con un contenido digamos, más digno e higiénico, literariamente hablando, claro.
Tito Milio aprieta las mandíbulas. El semblante del pluriempleado director se contrae en una mueca que presagia tormenta. Acaba de recibir una opinión nada favorable por parte de un futuro colaborador que – se supone – tendría que estar lamiéndole el culo, haciéndole la pelota y suplicando por un puesto de trabajo pero ha ocurrido todo lo contrario.
El Tito carraspea nervioso releyendo de nuevo mi carta de presentación.
Parece que no acaba de creérselo. Un don nadie como el que tiene delante no puede permitirse el lujo de criticar el medio al que va a servir y menos en presencia de su editor. Tras mi parida verbal permanezco en silencio a la espera de su reacción. Sonríe cínicamente con suficiencia, como disculpándome por la falta de tacto ante la exposición de mi punto de vista.
-Se nota que eres un novato en el sector periodístico. Deja aparte el contenido y la calidad literaria de nuestra revista, Hábleme es tal y como yo quiero que sea: Un escándalo semanal. Y debe continuar siéndolo, no te equivoques, ¿Vale?
-Entiendo. Yo tan sólo pretendía exponer mi criterio.
-Algo que yo valoro en lo que cabe, pero no te olvides que a las marujas que leen mi revista les importa una mierda el contenido literario de la misma. Leen más a gusto la palabra puta o putón, que prostituta o meretriz, no sé si me entiendes. Al lector español le va la palabra soez y el artículo que describe puntual y groseramente la perversión de los famosos.
Cuando tito Milio se cabrea jadea igual que un berraco cuando la mosca cojonera le está rondando el trasero. Se le calienta la boca. Él mismo es un pozo de inmundicia y degeneración periodística que hace suya y da por válida la frase en la cual se manifiesta que “El fin justifica los medios”. Se revuelve inquieto en su poltrona asestando rítmicamente con su pluma un frenético tamborileo sobre la mesa presidencial mientras se manosea insistentemente la canosa barba. 
-Tú no tienes ni idea de lo ocurre en el gremio, muchacho. Me encuentro rodeado de enemigos por todas partes que quieren mi cabeza a como dé lugar. Es preciso atrincherarse y andar con pies de plomo a la hora de escribir la editorial o un artículo de opinión. Espero que tú interpretes mi intención y la sepas traducir en un texto.
Me imagino por dónde van los tiros. Rascándose la hirsuta barba, tito Milio se inclina sobre la mesa de su despacho mirándome de frente en plan confidencial. Ha leído detenidamente mi carta de presentación y sabe a ciencia cierta que se encuentra frente a un semi cadáver que está a punto de iniciar su descomposición.
Es un depredador nato que huele la debilidad de sus víctimas a kilómetros de distancia y para él mi curriculum significa una clara invitación para la tienta de un ser humano. Juro mentalmente no dejarme avasallar por semejante cretino. Todavía queda un ápice de bravura en mí.
-Todo dependerá de la libertad que usted me otorgue a la hora de escribir en su revista – manifiesto, tomando posiciones e intentando hacerme valer al máximo – Quiero un espacio de libre opinión.
-Cuenta con él y apea el tratamiento. Aquí nos tuteamos todos. Bienvenido a la redacción – responde tito Milio estrechándome la mano – Comienzas ahora mismo. Cerramos la edición dentro de una hora. Tú verás lo que escribes en tu primer artículo.
El tipo va muy aprisa. Con una sonrisa de oreja a oreja se levanta de su butaca presidencial dando por finalizada la conversación. Para él la tienta a terminado. Me considera de su propiedad.
 -No hemos hablado del tema económico – me apresuro a comentar sin levantarme de mi asiento – Quisiera saber lo que voy a percibir por mis colaboraciones semanales.
La sonrisa se borra de su rostro adoptando una actitud de patrón ofendido. Consultando su macizo Rolex de oro – tito Milio siempre hace ostentación del rey de los relojes a todas horas y por cualquier circunstancia – me lanza una mirada desafiante.
-Eso te lo diré dentro de una hora, cuando lea tu primer artículo acerca de la Libertad de Expresión – me responde mascando las palabras – Y no te olvides que el cierre de edición no espera a nadie. Dile a Clara que te preste su ordenador. Tienes cincuenta y cinco minutos para desarrollar el tema y procura hacerlo lo mejor posible. Hay mucha gente joven esperando en la cola para un puesto de trabajo. ¿Entendido?
Asiento con la cabeza mordiéndome los labios. Acabada la tienta, tito Milio inicia una sesión de acoso y derribo para medir la bravura o el sometimiento del futuro mercenario de la pluma. Asociando el tema taurino, le envío un recado a la presidencia.
-Entendido. De todas formas los que aguardan en la cola son novillos.
-¿Acaso tú eres un toro bravo? – me pregunta, irónico.
-Más bien soy un lidiador que ha recibido excesivas cornadas.
-Pues entra a matar de una jodida vez. Recuerda: – me indica, consultando su reloj – Te quedan cincuenta y cinco minutos para convertirte en matador o bien para continuar siendo un subalterno. Tú sabrás lo que te conviene.



La sutil fragancia que desprende el voluptuoso cuerpo de Clara invade las mesas de la redacción, los ordenadores y los sentidos. Sus hechuras morfológicas se desbordan ante mis ojos en un claro intento de provocación manifiesta. Se sabe apetecida por los hombres y envidiada por las mujeres.
Muestra sin pudor su firme e incitante cuerpo a las anhelantes contemplaciones visuales de los redactores que la persiguen con la mirada, cada vez que el poderoso trasero de la secretaria se levanta de la silla. La rotundidad de sus movimientos marcando el paso, semejan a los de una pantera señalando su territorio mediante el acompasado vaivén de unas acometedoras caderas encajadas dentro de una minifalda que deja al descubierto unos muslos demenciales, capaces por sí solos de provocar un colapso cardíaco.
Clara me cede amablemente su puesto frente al ordenador. Me siento observado, acechado en mis movimientos. El equipo de redacción al completo ha hecho un alto en sus labores para fisgonear en mi persona. Los hombres me escudriñan a hurtadillas cuchicheando entre ellos, mientras que las mujeres sin dejar de espiarme, chismorrean al unísono como si se encontraran en una reunión de enajenadas cotorras.
Clara advierte mi inicial desconcierto ante la inspección visual a la que me veo sometido. Se sienta a mi lado envolviéndome en un halo de etéreo efluvio.
-No les prestes la menor atención. Siempre ocurre lo mismo cuando llega uno nuevo a la redacción – me comenta sonriendo – Y en tu caso mucho más, está claro.
Desde luego que está claro. Por edad puedo ser el padre de todos ellos y en algún caso concreto, hasta el abuelo. Me siento como si estuviera en un colegio de secundaria rodeado de pipiolos por todas partes exceptuando a Clara, por supuesto. La secretaria ronda los treinta y cinco años y actúa en calidad de pantera dominante dentro de una jaula plagada de cachorros contagiados por ínfulas periodísticas del peor calibre. La mayoría de redactores son becarios pisa-cadáveres que se devoran entre ellos mismos con el fin de no perder su puesto de trabajo. El ambiente que se masca en la redacción de Hábleme me recuerda el imborrable espacio humorístico titulado “La Oficina Siniestra” que se publicaba hace años en “La Codorniz”, que en gloria esté.
Me desentiendo de los impertinentes fisgones y procedo a vérmelas con el ordenador de Clara que continúa sentada a mi lado en pasiva, a la vez que estudiada actitud. Sus moldeadas piernas ceñidas por unas centelleantes medias de seda, permanecen cruzadas en un pliegue mágico que muestra unos muslos incitantes y predispuestos para ser contemplados en su total desnudez.
Creo que es una exhibicionista contumaz a la que le va la marcha de saberse contemplada y deseada. Posiblemente sea una calienta braguetas que a la hora de la verdad eche los frenos dando marcha atrás, o quizá no, vaya usted a saber. La verdad es que no acabo de centrarme y mientras tanto la pantalla del ordenador permanece en blanco. No puedo negar que la turbadora presencia de Clara rozándose con mi cuerpo y envolviéndome con su perfume, me ha descolocado.
Frente a un problema de difícil solución el ser humano se inclina a hacer lo que hizo Alejandro ante el nudo gordiano: tomar la espada y cortarlo por la mitad, lo cual no deja de ser una manera de resolver momentáneamente el problema, negándolo. Yo tendré que tomar una decisión al respecto mal que me pese. Restan cincuenta minutos para el cierre y a mi derecha se encuentra situado un nudo gordiano con forma de mujer, dos piernas sibilinamente cruzadas, más un busto palpitante y juguetón que pugna por saltar fuera de su reducto de un momento a otro. Es preciso que la visión desaparezca o se aleje momentáneamente.
La misma Clara me da pie para deshacer el nudo sin necesidad de cortarlo.
-Te noto un poco tenso, José Luís. ¿Quieres un cigarrillo?
-Sí, gracias – respondo con un hilo de voz – No acabo de centrarme.
Con estudiado gesto me coloca entre los labios un cigarrillo rubio que ha encendido previamente. Viene impregnado de Chanel 5 y con su marca de carmín en el filtro. Todo un augurio. Así no hay dios que escriba ni una sola línea.
-Que digo yo que será mejor que te des una vuelta por ahí, chata.
-¿Y eso? – inquiere extrañada, con una sonrisa – ¿Te molesto acaso?
-Todo lo contrario. Más bien me deleitas, nena.
-¿Entonces?
-Si por mí fuera en vez de escribir un artículo sobre la Libertad de Expresión me pondría inmediatamente a redactar un informe confidencial acerca de tus maravillosas piernas, no sé si me entiendes corazón.
-Te entiendo perfectamente. En menos de un minuto me has llamado chata, nena y corazón y encima te metes con mis piernas. Un poco fuerte para ser la primera vez que hablamos ¿no te parece?
-Lamento haberte ofendido. No ha sido esa mi intención, pero para escribir necesito un mínimo de concentración y a tu lado no la tengo.
-No me siento ofendida, al contrario – me susurra coqueta al oído – Me agradan tus requiebros, papi.
-En eso tienes razón. Por años casi podría ser tu padre.
-Por suerte para mí, no lo eres. De haber existido esa circunstancia, de buena gana hubiera sido una hija incestuosa.
Las últimas palabras las ha pronunciado lentamente, con voz tenue, sensual, sin dejar de mirarme fijamente dándome a entender que ella es una hembra en celo dispuesta para el apareamiento. Se levanta sonriendo, bajándose la minifalda hasta lo máximo que le permite tan exigua prenda. La observo de arriba abajo recreándome en la suerte. Es bastante alta. Con los tacones de aguja que calza medirá un metro ochenta centímetros que se alzan ante mis ojos, dominándolo todo.
Los pipiolos no pierden ripio de lo que acontece y comienzan los primeros murmullos y las sonrisas cómplices por parte de las becarias.
-Te dejo solo y espero que te centres, papi. Hasta luego.
El nudo gordiano lo he deshecho a medias pero el problema no puedo ni debo ignorarlo. Ya no tengo edad para andarme con escarceos amorosos a la primera de cambio. Aplasto el cigarrillo en el cenicero y me pongo en marcha saboreando con delectación el sabor a carmín que ha quedado en mis labios.   

No he tardado muchos minutos en poner mi firma a pie de página. Clara, acercándose a mi mesa lee el artículo detenidamente.
-Muy bueno lo tuyo, papi.
-¿Te gusta?
-Casi tanto como tú.
-Menos coñas, nena.
-Te lo digo en serio. Cuando lo lea el jefe se va a correr de gusto.
Clara me arrebata el artículo y desaparece corriendo tras la puerta del despacho de tito Milio. Los pipiolos mientras tanto me observan con la boca abierta, incapaces de comprender cómo se puede escribir un artículo en menos de quince minutos y no morir en el intento. Una de las becarias se acerca con cautela a mi mesa intentando establecer contacto.
-Hola, me llamo Raquel.
Otra que tal calza. Me tiende su mano cuajada de estrambóticos anillos.
Podría ser mi nieta.
-José Luís, encantado.
Raquel es la clásica listilla que nunca falta en una redacción. Se mueve como puede hacerlo una ardilla de árbol en árbol en busca de piñones, con la salvedad que en la redacción lo hace de mesa en mesa a la busca y captura de datos que la conduzcan a desarrollar un tema con el que llenar su espacio semanal. No acaba de entender lo mío. Eso de escribir dos páginas de golpe en menos de un cuarto de hora, no lo asimila del todo. Quiere saber cómo me lo monto.
-No existe ningún secreto. Simplemente has de tener muy claras las ideas y seguir la línea informativa que te marque tu editor – intento explicarle – El resto viene rodado, todo es cuestión de práctica.
-En esta redacción la única línea informativa es soltar tacos – afirma categórica – Y cuanto más guarros sean, mucho mejor.   
 Eso es cierto. En la redacción de Hábleme existen auténticos especialistas en el exabrupto gramatical y el desatino informativo. Es incomprensible que una publicación rebozada en mierda pueda salir a la calle y encima venderse. Digo yo que cada lector tiene la revista que se merece, de otra forma no me explico el éxito que tiene el infame semanario entre las marujas hispanas. Posiblemente sea debido a una cuestión de principios en según qué sector de amas de casa españolas, a las que les encanta hurgar entre la mierda a la hora de preparar el cocido. Entre col y col, lechuga.
-No le des más vueltas, Raquel. Si no te gusta escribir guarradas, la única solución es cambiar de editor.
-¿Y a ti te agrada escribir así?
-No. Pero necesito comer cada día. Además, yo no escribo guarradas.
-Entonces lo llevas crudo. No durarás mucho tiempo en la redacción.
Pienso que eso está por ver. Tengo que aferrarme a esta oportunidad laboral con todas mis fuerzas dejando a un lado mis principios literarios, códigos deontológicos y demás zarandajas. Me importa un rábano redactar bellaquerías si por ello percibo lo necesario para vivir aunque sea humildemente. Si pretendo ser honrado conmigo mismo, no significa que por ello se me vaya a otorgar gratuitamente el pan. Así qué, caña al mono que es de goma. Y menos hostias. Vivo en un mundo sin entrañas, rodeado de alimañas, buitres y carroñeros que acechan la menor oportunidad para hincarle a uno el diente.
De reojo observo a Raquel. Un cachorro de loba en ciernes, sin duda. Me sonríe amistosamente mostrando unos carnosos y apetecibles labios tras los cuales vislumbro una deslumbrante dentadura rayando en la perfección. Por sus palabras deduzco la carencia de objetivos profesionales. Según sus propias palabras cuando se decidió a elegir una carrera optó por Ciencias de la Información, de la misma forma que hubiera podido abrazar la secta de los Hare Krishna. Simplemente se dejó llevar por la corriente estudiantil que imperaba en aquellos momentos. Aspiraba a convertirse en una intrépida reportera viajando a través del ancho mundo, pero ahora su máxima aspiración es llegar a fin de mes y que tito Milio le renueve el contrato cada noventa días.
-Eso me obliga a hacer según qué cosas, ya sabes – me comenta por lo bajo.
-No sé a qué cosas te refieres.
-Jó tío, pareces tonto. Pues que de vez en cuando me tengo que abrir de piernas. ¿De qué nube te has caído?
Ciertamente a la becaria debo parecerle un tipo raro. Tras la noticia me he quedado con la boca abierta mirándola, creo, estúpidamente. Raquel echa la cabeza hacia atrás sacudiéndose vigorosamente su melena, rojiza como una llama. No ha cumplido los diecinueve años pero ya sabe lo que es trabajarse al jefe de la manada para continuar mordisqueando unas migajas. Existen muchas lobas famélicas en la redacción de Hábleme dispuestas a lo que haga falta con tal de no perecer o verse desplazadas del clan. Ahora entiendo lo que significa tanto escote, tanta minifalda y tanto culo en perpetuo movimiento alrededor de las mesas.
-Y a Clara no la pierdas de vista, que esa es la favorita. Conozco el percal y creo que le gustas y que va a por ti. Ándate con ojo que es una mala pécora y con tal de echarte un polvo es muy capaz de meterte en un compromiso.
-Descuida. No estoy por la labor.
Raquel se aleja precipitadamente de mi mesa al ver que Clara sale del despacho de tito Milio colocándose uno de los tirantes del sujetador, que por lo visto se ha visto desplazado de su lugar habitual por alguna ignorada circunstancia.
-Felicidades, papi. El jefe está que salta de alegría con tu artículo.
-¿Y se ha corrido?
-¿Cómo dices?
-Tú misma me has dicho antes que se iba a correr cuando lo leyera.
Tan sólo es un gesto, pero Clara se lleva repentinamente su mano a la boca como intentando limpiar algún rastro. Me mira con semblante esquivo.
-¿Te importa mucho ese detalle?
-En absoluto. Me importa un carajo si se ha corrido o no.
-Me ha dicho que pases a su despacho. Quiere hablar contigo.
Se queda en silencio, con la mirada perdida en la pantalla del ordenador.
Ahora soy yo quien le ofrece un cigarrillo encendido que ella acepta sin apartar la vista de la pantalla. Suspira profundamente antes de hablar.
-¿Cómo has podido darte cuenta?
-¿Cuenta de qué?
-¡Vamos José Luís! No me lo pongas más difícil todavía. Sabes de sobra a lo que me refiero – murmura entrecortadamente, bajando la vista 
-Te ruego que no hagas más comentarios al respecto – balbucea nerviosa – pero tengo que pasar por el aro. Algún día sabrás los motivos.
-No tienes que darme explicaciones. Yo también intento sobrevivir.
Nos miramos en silencio. Contemplo a una Clara desconocida. Su mirada es profunda, casi suplicante, nada parecida a la que me envolvió cuando me sirvió un café en el despacho de tito Milio. Sus ojos brillan intensamente, se humedecen hasta que se impregnan con dos lágrimas que después de resbalar por las mejillas se precipitan al vacío refugiándose en su seno.
Mentalmente maldigo al crápula, me cago en su puta madre y en todos sus muertos. No soporto ver llorar a una mujer. Es algo superior a mí.
Clara observa con insistencia la puerta que da acceso al despacho del tito. Me habla con un hilo de voz.
-No te retrases. A él no le gusta que le hagan esperar.

……………………………………………………..
Obra inscrita con el Asiento Registral nº 16/2003/1751
Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de la Comunidad de Madrid
Copyright © 2004 José Luís de Valero.
Todos los derechos reservados.
……………………………………………………..






 

2 comentarios:

  1. Hola, gracias por visitar mi blog, no sé cual es tu blog principal, pero te dejo mi huella en éste, voy a quedarme un ratito por aquí para descubrir tu manera de transmitir.

    Un saludo cordial.

    ResponderEliminar
  2. Hola María, gracias por visitar esta página de PÁGINAS ENTRE LAS OLAS Y EL VIENTO Mi web principal es DESDE EL CIELO:
    http://devalerodesdeelcielo.blogspot.com/
    pero últimamente estoy teniendo problemas con Blogger porque las entradas de mi página principal no aparecen reflejadas en vuestros blogs. Sólo en el general de Google+ y en las de mi perfil personal también en Google+,
    O sea, un follón que estoy intentando solucionar.
    Saludos cordiales, estimada María.

    ResponderEliminar

EL ADMINISTRADOR DE ESTA BITÁCORA SE RESERVA EL DERECHO DE ANULAR LOS COMENTARIOS QUE PUEDAN OFENDER A LA PERSONA O PERSONAS QUE COLABORAN EN ESTE BLOG.